miércoles, 9 de junio de 2010

Zara...Pecado por Pecador

Zara...Pecado por PecadorAunque los historiadores se negaba a reconocer su existencia, tras el valle de Quintana se asomaba el pueblo de Zara, un pueblito minusculamente pequeño, pero pueblo al fin, y su argumento de existencia consistía en que tenían una plaza, tradicional, con banquetas, hamacas y una glorieta, recintos que vio pasar besos y promesas... Enfrente de uno de sus laterales, la capilla, humilde guarida del padre Ernesto que había perdido a todos sus feligreses debido a sus extensos sermones... patético era verlo al final de su discurso, con cara de niño abandonado y con todas esas hostias sin repartir, cansado y abatido podía uno vislumbrarlo en la escalinata de la capilla con la secreta esperanza de un nuevo amanecer. A pocos metros de la Iglesia, había un bar pestilente, atiborrado de moscas atraídas por el calor húmedo, clima que duraba todo el año, el invierno prácticamente no existía tan solo unas tormentas aisladas y unas ventiscas refrescantes en el mes de julio.    Sigue...

Hacia el sur de la calle la comisaria, como sello indeleble de todo pueblo con sus paredes descascaradas. Con una particularidad que la diferencia de todas las comisarias del mundo...jamas, en ciento cincuenta años de la fundación de Zara se registró denuncia alguna, pilas de folios en blanco, ahora de color amarillento, habían sido escritas.....en Zara no se había cometido un crimen en toda su historia, ni un robo, ni un asesinato, ni siquiera una travesura de un niño... ciento cincuenta años inmunes al pecado. Sus habitantes encontraban la muerte desconociendo la violencia... morían de viejos y cuentan algunos que hasta se morían de aburrimiento. Una comisaria en un lugar así era mas que inútil, y más inútil todavía un comisario con treinta y siete años de servicio, pero allí estaba Don Jeremías orgulloso de su cargo, aunque creo que nunca supo bien en que consistía su cargo... la comisaria era el lugar donde los jóvenes se juntaban a jugar a las cartas y Don Jeremías aprovechaba para pedirle que de paso cortaran el césped o asearan el piso... El hecho fue que un día como cualquiera, en horas de la siesta, estaba Don jeremías con alguno de los jóvenes tratando de pasar el calor de esas interminables horas, cuando de pronto entró espantada y a los gritos doña Francisca González Zara, nieta del fundador del pueblo, don Pedro González Zara. Y justo allí en ese fatídico día y frente a la perplejidad del comisario se realizó la primer denuncia... alguien había sustraído el sable de don Pedro, muerto ya hacia unos años, el cual era propiedad del pueblo y que doña Francisca gentilmente había donado a un pequeño museo que ellos mismos habían armado en pos de la historia... doña Francisca declaró que ella había ido al museo a limpiar y ordenar algunas cosas porque la próxima semana los visitarían unos periodistas que querían hacer una nota sobre el pueblo, y que ella pensó que el museo era clave para contar sus historia y que los visitantes debían verlo brillar. Pero cuando llegó al museo no estaba allí el sable de su abuelo. Doña Francisca acusó sin dudarlo a los niños mendigos, era un tropillas de niños y adolescentes abandonados que viajaban pueblo tras pueblo buscando una oportunidad para cambiar su suerte, a veces lo lograban y así alguno se quedaba en algún pueblo, convertido en carpintero o panadero, pero el problema era que por cada uno que se asentaba, diez nuevos integrantes se sumaban a la tropilla. Se armó tal revuelo con el robo, que en pocos minutos el pueblo entero estaba en la comisaria debatiendo... todos estaban de acuerdo con que aquellos niños eran pacíficos y honestos, después de todo eran tan solo niños, pero a su vez nadie podía siquiera pensar en dudar de la palabra de doña Francisca, el apellido era su aval como símbolo de verdad y de justicia. Así fue como al amanecer frente a la comisaria se reunió el pueblo armado con palos y piedras dispuestos a emprender la cruzada en contra del hereje. En vano fue que don Jeremías y don Ernesto, el párroco, suplicaran para que la violencia no tomara de rehén a su pueblo tan querido. En vano fueron los rezos... el pueblo se dispersó en grupos y emprendió la búsqueda, buscaron día y noche por las afueras del pueblo. Hasta que al séptimo día encontraron a uno de los niños durmiendo en un matorral, el pobre niño enfundado en sus andrajosas ropas fue arrastrado hasta el pueblo y de allí a la plaza.... Lo golpearon, lo torturaron y como si el diablo mismo se les hubiera metido en el cuerpo, lo despellejaron. Mientras la masa de gente victoreaba a los verdugos...nunca en la historia se vio un espectáculo semejante...finalmente y casi sobre limite del dolor de este niño que no se defendió, que no trató siquiera de pronunciar un grito o una palabra, lo decapitaron, como postre maléfico para la masa sedienta de muerte....cuando todo terminó se dispersaron en la oscuridad, jadeantes, satisfechos después de haber complacidos a sus mas oscuros deseos. El comisario y el párroco, que fueron los únicos que no participaron de aquel horror permanecieron sin noción del tiempo sentado en un banco de la Iglesia... mudos o tal vez orando.... La tropilla de niños mendigos jamas volvió a pasar por allí... el calor adormeció con mas furia a ese pueblo casi fantasma, nadie comentaba lo sucedido como si ni siquiera lo recordaran, los jóvenes seguían visitando la comisaria y don Ernesto seguían sentado en la escalinata esperando fieles. Nada cambió. Hasta que años mas tarde cuando doña Francisca González Zara, murió por causas desconocidas, don Jeremías encontró en su cuarto, escondido en un armario, el sable de don Pedro González Zara. Allí estaba brillando en la oscuridad como burla del demonio...don Jeremías se paró en el umbral de la puerta, se seco con un pañuelo el sudor de la frente, trató de dar un paso y no pudo, trató de llorar y el alma se le había secado, quiso gritar y la voz se le murió en un lamento....ciento cincuenta años inmunes al pecado.....ahora toda la eternidad pidiendo perdón...... Mabel M

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